De pronto supe que provenía de
los inconscientes, de esa vida que no toca el suelo. Profunda, profundo,
siempre con un asombro muy denso. Te podría contar cómo se siente el aire que
sabes que ha estado en otros, tan ajeno… Siento las neuronas como empastadas,
la masa gris hecha pasta, espesa, viscosa, licuándose… Qué coño me pasa… Qué
coño les pasa a estos humanos… Algo tiene que haber en las dos partes, no sólo
yo y locura. Tanta diferencia se hace igual si lo miras desde su ángulo
oportuno.
Tan fácil como pasear por la
calle, y oír como trozos de conversaciones de nada y más nada que se escapan de
esas figuras, de esos seres. ¿Qué músculo mueve sus sonrisas?, yo no lo tengo, yo no lo quiero. Cuando te
tapan la boca tantas veces no quieres sonreír.
Y todo sería como decirte nada,
porque explica la nada, su nada, su realidad que es mentira. Tantas veces se
repite, tantas veces se mutila. Cada pequeño insecto rezando a su dios, al que
hace a su imagen y semejanza, espejo de naturaleza muerta.
Los que nos hacemos de dentro a
fuerza, de entrañas a cuerpo, mente primero, instrumentalizando el cuerpo para
transformar pensamientos y sentimientos en acciones, trazamos el sentido
inverso del mundo. Sociedad esta, hecha de cuerpo a mente, alimentando lo
material, conquistando la piel no a través de lo que su sensación significa.
Materia para un cuerpo, sin traspasar esta barrera para llegar al alma.
Engulléndolo todo, consumiendo, materia consumiendo materia. Los que somos de
dentro a fuera vamos en sentido inverso.
Se me destrozó el juguete que
tenía entre manos, de repente desteñían todos sus colores en negro. Y toqué
tierra y aquí, entre los hombres, ya no quería jugar. No me gustan sus reglas.
¿Por qué siempre uno tiene que ganar? ¿Cómo lo hacen para que yo siempre
pierda? Y si no participamos no hay juego… Huelga de juguetes, insurrección de
muñecas, revolución de trenes de madera… La madera arde muy bien…
Ya no todo era yo. Ahora había
otros, y unos otros sin rostro pero cuya voz intuía. Gritaban, o sé que gritaban,
tenían que estar llorando. Necesito más trenes…
Las personas que tienen nombre y
sé qué son, me hablan. Pero yo sólo oigo a los otros gritar. Las palabras se
están perdiendo porque me quieren tapar los gritos. No los oyen o ya se
convirtió en rumor y no distinguen.
Había fragmentos de nada por
todas partes… Esas figuras me miran, pero sé que no me ven. ¿Y de qué me lleno
yo si todo es nada?
Me senté en el autobús. Una mujer
hueca delante, leía una revista que no decía nada sobre otros que no eran nadie.
Y su tiempo se esparcía ahí, entre esas fotos de caras, otra vez esas sonrisas…
Los coches, alrededor, en un atasco pasivo. Una luz roja que les adormece, que
les dice que ahora no. Y cuando sea verde, todo fluirá porque les dice que
ahora sí. Siempre les dicen. Desde fuera. Materia por materia, nada desde
dentro. Entraron varios jóvenes, llenos de actividad absurda, que no construía
nada y que como mucho destruye lo que está hecho para no durar. Para que
siempre lo material consuma lo material. No puedo imaginarme que tengan una voz
interna, que sepan hablar más allá de lo inmediato… Que hayan alcanzado tan
sólo el pensamiento simbólico. La conciencia muerta en la etapa preoperacional.
Y más personas, o eso dicen. Personas que se sientan del lado del pasillo
dejando libre el asiento de al lado, protegiéndolo vacío. Más materia, más
propiedad. No sé si tienen miedo de otra respiración, si quieren estar prestos
a huir, si no les gustan las ventanas porque enseñan el mundo… Y yo miro y miro
tras el cristal, la danza mortuoria de la “vida” de la gran ciudad. Ni una puta
pincelada de arte no funcional. La contaminación está escribiendo algo en las
nubes, y creo que dice “muerte”. ¡Qué tumulto y agitación tan alegres! Con sus
bolsas de plástico pendiendo de sus manos cuando mejor estarían envolviendo sus
cabezas. No quieren el aire para nada. Hasta que no puedan comprarlo.
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